Jugando al estúpido

Hice lo que se supone ya no haría, lo que durante seis días había dejado de hacer, me atreví a jugar con el diablo y salí timado, ahora entiendo que mi estupidez no conoce límites, y que una parte de mi, si por ella fuera, estaría corriendo cual poseso en busca de lo que jamás encontraré.
Y es que uno o es muy noble o muy pendejo, (en este caso creo que la segunda es una mejor definición) porque me niego a ver que la gente no cambia, que los errores se repiten ad infinitum, y que uno le importa menos a la gente de lo que se quisiera, todo lo ganado en seis días, toda la calma, la serenidad, la decisión, el temple, el coraje, el odio, se fue al carajo en un segundo y con una moneda de 5 pesos.

Después de tres cigarros intenté serenarme, pero la serenidad es una puta muy cara que en estos momentos no puedo pagar, hecho mano de los malos recuerdos para aferrarme a la poca cordura que conservo, que sobra decir es como la tabla a la cual se aferra el naufrago en medio del Atlántico, busco entre mis amigos las palabras que me han dicho hasta el cansancio, pero caigo en la cuenta de que Laura Jaguar debe estar dormida y no tengo su móvil, Guru Ardas debe estar de igual modo en brazos de Morfeo o durmiendo a Shuarma, Raquetouille debe estar en mood "ace of cakes" y cuando decido llamarle a Rafa Weiland me doy cuenta que mi saldo ha expirado con el último mensaje que no debí haber mandado, ese último gesto de diplomacia a quien no se lo merece, mi causa está tan perdida como lograr que Gadafi dejé Libia en este mismo instante, me siento como Patrick Bateman, con la diferencia que mi abogado se llama Tomapastillas, y según cuentan tiene fama de chismoso, porque no sabe guardar los secretos que le confío.

Ahora iré por otro cigarro, el Diablo ronca y por si no lo saben también en el infierno está prohíbido fumar, el dolor es real, la estupidez nos ciega, y el escribir me detiene.