martes, 18 de octubre de 2011

De ateos y católicos.

Mis papás pretendían educarme bajo el esquema de la religión católica, al menos esa era su intención al bautizarme a los tres meses de nacido, pero un buen día decidieron separarse y mi padre se olvidó totalmente de dicha educación, mi mamá continuó inculcándome la religión, o digamos que solo cumplió con las normas establecidas, como hacer mi presentación y después mi primera comunión, ya que jamás se interesó por hablarme  de lo que era o representaba Dios en nuestras vidas.

De niño se me inculco un concepto de Dios teniendo como base una trinidad que, al día de hoy, no acabo de comprender, y muchos menos aceptaba el hecho de que un hombre podía ser un Dios. Me pareció pavorosa la manera en la que lo representaban en las iglesias, cubierto de sangre, humillado y moribundo. Muchas fueron las noches en que tuve pesadillas, evocando dicha imagen. De niño me daba miedo entrar a una iglesia y cuando lo hacía, acompañado de mi madre evitaba mirar al hombre crucificado en lo alto de la misma, pensaba en el dolor que le causaban esos clavos, en los azotes que recibió, la manera en la que todo el mundo le dio la espalda, y lo único que provocaba en mí era lástima y pena, no entendía que siendo un Dios no hiciera nada por evitarse todo ese sufrimiento.

Tampoco me tragaba el hecho de que con la muerte de un hombre la humanidad quedaría  libre de sus pecados, si esto era cierto, entonces, ¿por qué la religión nos seguía amedrentando con el concepto de los 7 pecados capitales? Mucho menos entendía porque su padre había permitido que muriera de esa forma, y me parecía injusto que un solo pueblo haya sido el elegido por él como su estandarte.
Al morir mi abuela, cuando yo tenía 15 años, decidí que no necesitaba de la religión y que formaría mi propio concepto de Dios. Empecé leyendo acerca de otras religiones y caí en la cuenta de que era católico más por una circunstancia geográfica que por un sentido de fe, porque de ser asiático seguramente sería budista. Aunque me sabía todas las oraciones y podía rezar un rosario completo lo hacía de manera mecánica y sin ningún tipo de sentimiento. Tenía muy arraigado el concepto de culpa y pecado, y sentía que cualquier cosa que hiciera “mal” me llevaría directamente a arder eternamente en el infierno.  Empecé a entender que muchas de las religiones que existen hoy en día basan su dogma en el miedo y la sumisión, se contradicen en sus preceptos y buscan la manera de tener sometidos a sus feligreses, sacándoles el mayor provecho y enriqueciéndose a sus costillas.

Precisamente a los 15 años les comunique a mis padres la idea de ser agnóstico, les plantee mis dudas acerca de la religión y les comuniqué mi falta de interés hacia la misma. La primera en saberlo fue mi madre, poniendo el grito en el cielo como era de esperarse; cuestionó mi falta de fe y quiso saber cuál
de mis amistades me había metido esas “ideas raras” en la cabeza. Recuerdo que en esa época mi madre buscó consuelo en la religión por la muerte de mi abuela, había entablado amistad con una religiosa de la Orden de las Franciscanas y la visitábamos con regularidad. El voto de reclusión que tenían me parecía terrible, y pensaba que no tener contacto con el mundo era una medida un tanto medieval.  Conversábamos con ella a través de unos barrotes, mientras yo pensaba que no sólo había cárceles para criminales, sino también para personas que no tenían la fuerza suficiente para enfrentarse a la vida y que veían en la religión una manera de tener resueltas sus necesidades primarias. Al final, las respuestas que buscaba mi madre nunca  llegarían, al menos no por parte de la religión, a su manera encontró la paz que buscaba reencontrándose con mi abuela en sueños. Por supuesto, siguió cuestionando mi recién estrenada condición agnóstica, incitándome a tener un acercamiento a la religión y reprochándome el hecho de darle la espalda según sus palabras.

Mi padre hacía 10 años que se había vuelto a casar y su ahora esposa era una católica en toda regla, asistían a misa cada domingo. Ella había conseguido despertar en mi padre la misma devoción que ella le profesaba a Dios, o al menos eso le hacía creer, fuese fingido o bien por una devoción verdadera,  mi padre era ahora un “buen” católico. Yo llevaba una buena relación con ella, ya que la había conocido cuando yo contaba con 5 años. Un día, después de comer, me invitaron a ir a misa con ellos, al negarme cuestionaron de manera por demás alarmante mi decisión, yo abiertamente les hable de mis nuevas creencias y de mi concepto acerca de Dios, fue entonces cuando mi madrastra me dio toda una cátedra acerca de la religión católica que más que despertarme una duda sana por acercarme a ella, reavivaron los temores que de niño sentía al hablarme acerca del infierno, de tener temor de Dios y de vivir una vida de sumisión y arrepentimiento, por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa de hablarles abiertamente de mi sentir me fue como me fue esa tarde.

Me casé a los 21 años, por supuesto también por la iglesia, ya que era un trámite que requería la familia de mi ahora ex esposa para poder vivir juntos, y así lo vi yo, como un trámite. Mi compromiso estaba a otro nivel, en otro plano, no necesitaba de la bendición de un Dios sangrante para comprometerme a vivir mi vida entera con la mujer que había elegido, pero la familia de ella sí lo necesitaba, y por supuesto se les dio gusto. Mis papás no estuvieron de acuerdo y trataron de disuadirme por todos los medios posibles, yo les explique que sólo queríamos vivir juntos, pero que su familia no aceptaba, sólo si había casorio de por medio. Al ver que definitivamente no habría manera de convencerme de no casarme, aceptaron con reticencia a ser partícipes, tal vez querían evitar que la historia que vivieron ellos con su matrimonio se repitiera en el mío, pero eso en definitiva no estaba en sus manos, únicamente en las de los flamantes recién casados.

Por extraño que parezca, mis suegros no profesaban religión alguna. Mi suegro era un libre pensador que había estudiado en su juventud con los Jesuitas, le habían enseñado un poco de teología y sabía recitar la misa en latín, así mismo en su condición de acólito había participado en todos los ritos habidos y por haber que contiene la iglesia católica; aunado a esto, en su juventud empezó a investigar acerca de otras religiones y había llegado a la conclusión de que ninguna religión o dogma posee la verdad absoluta, creía también en el pensamiento mágico y hasta había leído algo de ocultismo.
Mi suegra tenía una línea un poco más conservadora y, aunque no era una ferviente católica como mi madrastra, se daba su tiempo para conversar con Dios y en ocasiones excepcionales asistía a misa. Mi ex esposa, al igual que yo, no tenía muy arraigada la religión, sin embargo sí tenía muy definida su creencia en el Dios católico y, al menos en apariencia, trataba de no sobrepasar sus límites.

No representaba un problema entre nosotros el hecho de que yo fuese agnóstico. Por supuesto, nunca íbamos a misa, ni siquiera en ocasiones excepcionales, como bodas o bautizos, vivíamos respetando las creencias y no creencias de cada uno, pero cuando nacieron nuestros hijos la cosa cambió, y esa delgada línea que armonizaba una parte de nuestra vida marital se rompió.
Muy a mi pesar acepte bautizar a nuestros dos hijos, más por presión de los abuelos y de mi ex que por un pleno convencimiento de mi parte. Mi ex esposa creía que era un requisito indispensable para que no fuesen delincuentes y tuviesen una vida plena, la idea me pareció por demás absurda.  Yo quería que cuando crecieran, ellos mismos decidieran al Dios que iban a seguir, que se sintieran convencidos de su fe, si es que ésta se manifestaba en algún punto de sus vidas Todos mis argumentos fueron desechados, no sólo me enfrentaba a mi ex, sino también a sus abuelos y, aunque mi suegro no era creyente, sí creía necesario tener un compromiso de “padrinazgo”. De esta manera, aceptó ser el padrino de nuestro primer hijo, y vaya que se tomó el compromiso en serio, ya que en los momentos más difíciles que le tocó vivir a mi hijo, él estuvo a su lado, en ausencia de sus padres.

Intuía que mi ex esposa algún día me reclamaría el hecho de que nuestra boda haya sido para mí un “trámite” y que, como mis padres, no aceptara mi condición de “no dogma”. Cuando llegó ese día, inmediatamente me di cuenta que nuestro matrimonio se estaba yendo al carajo. Le expliqué que mi compromiso estaba en otro nivel y que lo que nos mantenía unidos era otro tipo de cosas, pero no quiso o no supo escuchar, tal vez sólo era uno de sus pretextos para terminar un matrimonio en el que ya no estaba a gusto. Finalmente, la historia de mis padres se repetiría en nosotros, no sólo por mi falta de fe en una religión, sino por nuestra falta de fe en nosotros como matrimonio porque nos casamos por las razones equivocadas, bajo las creencias equivocadas, con las personas equivocadas.

La vida siempre pone a prueba nuestra fe, y tarde o temprano nos orilla a tratar de creer en algo. Algunas personas ponen toda su devoción y esperanza en Dios en los momentos más difíciles, y es cuando surge en ellos esa fe para afrontar las más duras pruebas; se encomiendan al santo de su devoción para que les ilumine el camino, para hallar respuestas, soluciones, para no desfallecer.
La prueba que me tocaría llegaría de la mano de la persona que más amaba: mi hijo. Al caer enfermo saque del baúl de mi memoria todos los rezos que sabía, intente tener fe en el Dios que por años había despreciado, suplique, prometí, jure sin tener respuesta alguna.
Al no haber respuesta de su parte, intenté hablar con su contraparte. Necesitaba aferrarme a algo, necesitaba que alguien me diera esperanzas, algo que me dijera que todo estaría bien, es por eso que invoque también a la oscuridad, pero al igual que con la luz, no hubo respuesta alguna.

Una vez que sucedió la inminente muerte de mi hijo, al igual que mi madre -debo decirlo- busqué respuestas en las principales religiones. Me quedaba claro que las distintas ramificaciones derivadas de ellas no tendrían la suficiente fuerza y sabiduría para darme consuelo. Si antes necesitaba un apoyo para preservar su vida, ahora necesitaba de ese mismo apoyo para conservar la mía. Algún Dios tendría la respuesta que estaba buscando, alguna entidad espiritual tal vez ahora sí me respondería.
Al no haber respuesta nuevamente, cambié mi condición de agnóstico por un ateísmo encarnizado y decidí no creer en nada ni en nadie espiritualmente hablando. Si ellos, quienes fueran, nos dejaban a nuestra suerte, yo no tenía ningún compromiso de creer en ellos, a palabras necias oídos sordos, y a rezos sin respuesta solo quedaba la indiferencia, acompañada de dolor y resentimiento sí, pero al menos me liberaba del peso de tratar de entender lo que no tenía lógica. Una vez libre de ataduras espirituales pude tener una posición fija hacia fuerzas superiores, Dioses o demonios, me daban lo mismo, eran insignificantes para mí, tanto como yo lo era para ellos.

Por primera vez en mi vida tenía clara y definida una creencia que era solo mía y que no estaba obligado a compartir con nadie, porque nadie entendería el camino que me condujo hasta ese punto. La creencia en la nada. Es por eso que la intolerancia hacia cualquier culto religioso se instaló en mí. Debo confesar con cierta vergüenza pero con vulgar orgullo que me divertía recibir a Testigos de Jehová, Mormones y demás “portadores de la palabra del Señor” en mi casa, únicamente para debatir con ellos y sacarlos de sus casillas, los hacía caer en contradicciones, los intimidaba y ofendía a su Dios y ellos, llenos de odio, me gritaban que debido a mis blasfemias ardería en el fuego eterno, pero yo me reía de sus amenazas, porque no me cabía la menor duda que ya había pasado por ese infierno, ya nada podía ser peor que ver morir a mi hijo.

Con el tiempo esta creencia en la nada se ha ido reafirmando, no así la intolerancia, porque entendí que, así como yo, cada quien tiene derecho de creer o no creer en algo. Por momentos me parece admirable lo que la gente hace movida por la fe, ya sea en un Dios o en algún santo o deidad que se les haya inculcado, y debo decir que en momentos críticos de mi vida me hubiese gustado sentir un poco de esa fe. Hay momentos que he considerado esta fe como un placebo para el alma, y creo desde mi perspectiva que esta fe ha sido utilizada para tener sometidas a las masas. No me cabe duda que los jerarcas de las principales religiones escriben y borran los mandatos que un ser superior supuestamente les ha dictado, sólo para conservar el poder que han conseguido a base de miedo, culpa, expiación y terror.
He visto con tristeza como la gente más desprotegida o culturalmente más débil se vuelca en verdadero frenesí a admirar las reliquias de un muerto. Me parece absurdo el hecho de rendirle veneración a una gota de sangre y a una figura de cera, y con tristeza veo que es una estrategia más de los jerarcas actuales para no perder poder, para seguir manteniendo a las masas dominadas, les dan al por mayor placebos religiosos, les dan nuevas imágenes que adorar para tener fe, para aferrarse a algo, para creer en algo.

Aún más aterrador me resulta el pensamiento retrograda de estas instituciones. Me parece absurdo que piensen que tienen la facultad para decidir en algo tan primordial como la vida misma, decidiendo en qué momento inicia la concepción de un nuevo ser, llaman asesinos a todos aquellos que practican el aborto cuando se olvidan de su reinado de terror llamado Inquisición; se olvidan que ellos son los mayores asesinos en masa debido a esta etapa en su historia, tratan de impedir a toda costa esta medida olvidándose que no toda la población es católica, peor aún, pasan por alto el hecho de que cada quien es libre de decidir en su cuerpo, ya sea para bien o para mal, pasando por alto aquellos casos en que la mujer es violada y no desea tener al hijo del hombre que le destruyo la vida, que le arrebato la tranquilidad, que la marco física y psicológicamente por el resto de sus vidas.
Absurda me parece la manera en que se meten en las decisiones de un gobierno que en teoría debería de ser laico. Dan por hecho que son el cuarto poder y tristemente es así, por culpa del gobierno por supuesto, pero también por culpa nuestra al no levantar la voz, al no decir nuestras inconformidades y al pasar por alto incontables crímenes cometidos en nombre de la fe, en aras de un Dios que nada tiene que ver en ello. Todos tenemos cola que nos pisen decía mi abuela, y ellos se han olvidado de los incontables casos de pederastia, no solo en este país sino en el mundo entero, y eso solo por hablar de esta marca que lleva la iglesia católica, sin tener en cuenta los sonados casos de cardenales y obispos vinculados con el narcotráfico y el enriquecimiento absurdo que han tenido a costa de sus feligreses, no solo la iglesia católica, sino todas las ramificaciones de las distintas religiones que existen hoy en día.

Nietzsche decía que las religiones son el opio del pueblo, planteaba la idea de que Dios había muerto y que solamente a partir de este entendimiento podría surgir el súper hombre. Yo he decido dejar de tener placebos espirituales y no creer en algo que no puedo comprobar científicamente, dejar de invocar deidades que no han escuchado mis llamados porque simplemente no están donde se suponen deben de estar. He entendido que debo de creer en mí, porque no hay Dios, demonio, virgen, santo o beato que viva la vida por mí, esa la debo de vivir yo solo según mis creencias y convicciones, y no con creencias y convicciones mal heredadas o impuestas por los demás, y así como doy tolerancia y respeto hacia cualquier culto o creencia, pido tolerancia y respeto hacia las creencias y cultos de todos los demás, porque nadie tiene la verdad absoluta, esa es la que nos vamos construyendo día a día.

martes, 11 de octubre de 2011

Crónica de las ausencias no deseadas.

Fui padre a los 24 años, y en muchos sentidos no estaba preparado para afrontar tal responsabilidad, pero se dice que jamás se está listo para ser padre, y esta no era la excepción. Kristian nació a las 9:00 pm del 28 de abril del 2003, y en ese momento fue el niño más hermoso que yo jamás haya visto, rebelde desde el nacimiento se quitaba las pequeñas batas azules que le ponían las enfermeras, hacía verdaderos actos de contorsionismo en un acto reflejo por sacarse esa bata que le era tan incómoda, extrañando me imagino el vientre de su madre, fue el niño más visitado del hospital, ya que la abuela al trabajar de ahí se sentía orgullosa de gritar a los 4 vientos que ese bebé tan güero y despierto era su nieto.

El 29 de diciembre del 2004 a las 10:00 am nacería el segundo y último bebé más hermoso que haya conocido, André, hermano menor de Kristian. Nació con un precioso tono avellanado en su piel, contrario a Kris que era blanco como la leche. André era un bebé más hiperactivo, demandante por momentos y contrastaba con la paz que irradiaba Krstian a sus escasos casi dos años, era en muchos sentidos la contraparte de él, me gustaba verlos como un perfecto Ying y Yang, siempre en perfecto equilibrio y siempre en movimiento y retroalimentación constante.
La vida de ambos aunque igual en muchos sentidos, poco a poco se fue dividiendo, y también la mía, porque si no se está preparado para ser padre, mucho menos se está preparado para ser un padre de fines de semana, es así que aunque nuestras vidas seguían unidas, al mismo tiempo se vieron separadas por el egoísmo e inmadurez que terminaron con el matrimonio de su madre y del que este escribe, de repente y sin previo aviso nuestros momentos juntos se convirtieron en pequeños destellos de 8 ó 10 horas en los cuales cada segundo era vital, nos convertimos en una familia de tres, nuestro universo se redujo a tres entidades tan indivisibles en esos momentos como el cosmos mismo. Aprendimos a divertirnos sin la necesidad de una madre, y aunque la gente nos veía de manera extraña jamás me incomodó el hecho de que nos observaran con cierta lástima derivada de esa ausencia de la imagen femenina, en más de una ocasión me preguntaron si era un moderno "papá soltero" a lo cual contestaba divertido que si, y esa lástima que irradiaban las miradas de la gente como por arte de magia se convertía en ternura desmedida al ver lo bien que funcionaba nuestra "pequeña familia"

El dolor por esta "separación" hizo mella en su servidor, me perdí de muchas cosas que me hubiese gustado disfrutar en su momento, incluso fue mas grande el dolor de no ver a mis hijos todos los días que el dolor por mi fracaso matrimonial, porque parejas puede haber muchas, pero me quedaba claro que hijos tendría solamente dos, me reprochaba el hecho de no haber podido salvar un matrimonio insalvable solo para poder estar con ellos, y entendí que para no dejar de ser su papá la constancia era la clave, verlos todo el tiempo posible sin faltar ni una sola vez a nuestra preciada cita, les llenaría la infancia de recuerdos felices para poder solventar mi ausencia semanal.

Pero la vida tiene distintas maneras de separarnos de las personas que amamos, y es así como el 8 de agosto del 2005 quedaría marcada como una de las peores fechas de mi existencia, ese día alrededor de las 4:00 pm diagnosticaron a Kristian con leucemia linfoblástica aguda con factor mieloide aberrante, y si ya era terrorífica la palabra leucemia, no sabíamos cuán pavorosas serían las palabras que completaban su diagnóstico, ya que era un tipo de leucemia difícil de tratar y agresiva por distintos factores.
4 Paquetes de sangre y 1 más de plaquetas fueron necesarios para estabilizar a Kristian, había llegado con una anemia alarmante debido a las hemorragias que había tenido horas antes, sin embargo lo más doloroso y frustrante era ver el miedo en su mirada, miedo a lo desconocido, miedo a los doctores que manipulaban y agredían su cuerpo de apenas 2 años y 4 meses, miedo a quedarse solo aunque fuese solo por un segundo en esa cama de hospital.

No puedo describir el dolor y el terror que sentíamos al verlo en esa situación, tanto sus padres como su abuelos hubiésemos dado lo que fuese por cambiar su lugar, por ser nosotros los enfermos, hubiese sido más aceptable y menos doloroso para cualquiera de nosotros estar en esa posición, los cuestionamientos no se hicieron esperar ¿porque a él? ¿Qué ha hecho para merecer esto? ¿Que hicimos mal para provocar su mal? las súplicas por supuesto hicieron acto de presencia, cada quien invocó a esa deidad en la que tenía fe para solicitar el tan ansiado milagro, hicimos promesas, comerciamos nuestra fe y nuestras lágrimas por un instante de atención divina.

Los meses fueron pasando, Kristian entró en un protocolo de tratamiento el cual incluía por supuesto quimioterapia, al menos dos de esos primeros meses se la pasó hospitalizado, una vez controlada la enfermedad pudo ir a casa, con la consecuente medicación diaria y visitas semanales para dar continuidad a la quimioterapia, aprendimos a vivir con la enfermedad, y él nos enseñó a ser valientes y afrontarla de frente, sin miedo y con coraje. Las visitas al laboratorio estaban llenas de incertidumbre, ya que había la posibilidad de que la enfermedad se reactivase, al ver que los resultados arrojaban una remisión de la leucemia era como si tuviésemos en nuestras manos el documento que proclamaba la paz mundial, al menos a nosotros nos daba paz y hacía crecer nuestra esperanza, confiábamos en que podríamos lograrlo.

Mientras tanto André crecía en un ambiente invadido por el miedo, conforme fue creciendo se dio cuenta que a su hermano se le dispensaba un trato especial, y lejos de encelarse o reclamar más atención, participaba a su manera en ese trato a Kris, como buenos hermanos jugaban y se procuraban el uno al otro, por supuesto también discutían y a los 5 minutos olvidaban sus diferencias, en la medida de lo posible tratábamos de no desatenderlo, no sabíamos que a él también lo marcaría de manera especial la enfermedad de su hermano.
A mí la culpa me atacaba por momentos, ya que no podía estar en cada terapia de Kristian por cuestiones laborales, me reprochaba a mí mismo el no estar en cada piquete, el no estar con el velando su sueño, me recriminaba el no quedarme todas las noches en las que estaba hospitalizado, durante este proceso me dolió aún más ser un padre de "fines de semana"

Y de repente ese núcleo perfecto de tres se rompió al no poder convivir como antes lo hacíamos, cuando Kristian estaba hospitalizado estaba el fin de semana con él, haciendo relevo con su mamá la noche del sábado, la cual aprovechaba para dormir junto a mi André, el domingo de nueva cuenta lo pasaba con Kris, y fue en esta época cuando los abuelos maternos de Kris se convirtieron en unos padres para él, ya que se encargaban de llevarlo a sus terapias en el hospital, se ocupaban de las visitas al laboratorio, cuidaban su alimentación y mediación, organizaban los roles de visita y guardias nocturnas haciéndose cargo de las mismas entre semana y lo consolaban en sus dolencias físicas.

Un día la vida decidió tendernos una trampa disfrazada de esperanza, Kristian había terminado con su protocolo después de casi dos años de tratamiento, los análisis eran esperanzadores, ya que había una remisión total de la enfermedad, esto significaba que en su sangre no había células cancerígenas, por lo cual los médicos decidieron retirarle la medicación, las visitas al laboratorio seguían siendo obligadas para monitorear su estado de salud, en resumen la posibilidad de que se curase empezaba a tomar forma, él era el más feliz con esta noticia, ya no habrían más agresiones a su cuerpo, se acabarían los largos periodos de hospitalización, y con el tiempo, podría llegar a ser un niño viviendo una vida normal.

En momentos de extrema felicidad uno se imagina muchas cosas, lo mismo pasa con aquellos momentos que nos ponen en situaciones extremas, como lo era la enfermedad de Kris, cuando lo diagnosticaron había pensado en lo peor, era inevitable, me aterraba tan solo pensarlo, sin embargo era una idea que aunque no quisiera ahí estaba, acechando, por momentos se hacía invisible, pero dejaba en el ambiente su peste, esa peste a perdida, desolación, tristeza e impotencia, pero este no era el caso, después de dos años lo imaginaba teniendo una vida plena, siendo feliz, recordando con dolor pero con sabiduría este proceso, lo imaginaba jugando incansablemente con su hermano, yendo juntos a la misma escuela, procurando de él en el recreo, lo imaginaba convertido en un hombre, imaginaba al hombre que podría llegar a ser, la esperanza estaba más viva que nunca.

Pero la trampa se reveló solo unos meses después de esta maravillosa noticia, Kristian tuvo su primer recaída en Marzo del 2008, de nuevo el mundo se rompió en pedazos con tan solo unas palabras, la enfermedad había vuelto con más fuerza que antes, el tratamiento por consiguiente sería más agresivo, ahora también la radioterapia entraba en escena, y nuevas palabras llegaban como terroristas a secuestrarnos la paz y tranquilidad quien sabe por cuánto tiempo, palabras como "infiltración" sin olvidar que "recaída" había destruido en unos segundos todo lo que habíamos soñado y construido.
Al mismo tiempo se habrían nuevas posibilidades para tratar su enfermedad, por primera vez se contempló la posibilidad de un trasplante de médula ósea, es como si nos diesen nuevas cartas para jugar, una nueva partida, una nueva ronda, en la anterior creíamos haber ganado el juego, pero nunca entendimos que en este juego no teníamos los ases necesarios para tener una victoria contundente, por que no era nuestro juego, habíamos sido obligados a jugar sin siquiera conocer las reglas, la vida era la única autorizada a hacer trampa, y estaba en juego lo más valioso que creíamos poseer sin saber que ni siquiera era nuestro, la vida de Kris.

Él por su parte hacía las cosas lo mejor que podía, a sus escasos 4 años poseía una sabiduría que sobrepasaba la de todos los que lo amábamos, nos daba verdaderas lecciones de carácter y fuerza al enfrentarse sin miedo a los nuevos tratamientos, lejos de parecer un niño enfermo se veía paradójicamente radiante de salud, su fortaleza física era tanta como su fortaleza de espíritu, por supuesto había temporadas en las que se ausentaba de su escuela por obvias razones, tal vez empezó a tener conciencia de su enfermedad, tal vez solo tenía unos inmensos deseos de vivir, yo pienso que era parte de ambas, él sabía que el vivir con esta enfermedad era algo cotidiano en su vida y lo aceptaba como tal.

Mientras tanto nosotros buscábamos la manera de ganar esta nueva batalla, el trasplante de médula, (aunque aterrador por el proceso que implicaba) por momentos se convirtió en la única esperanza, era jugarse el todo por el todo sin ninguna garantía, ya que significaba la destrucción absoluta de su médula para injertar la médula del donante, sobra decir que este proceso no garantizaba la erradicación total de la enfermedad, y podía morir en el proceso, aun así decidimos hacernos los análisis pertinentes, estábamos quedándonos sin alternativas.
Solo su madre, su hermano o yo podíamos ser donantes, ya que era el ADN con mayores posibilidades de tener compatibilidad con el suyo y así tener un trasplante "exitoso" en caso de que este fuese posible tendíamos que multiplicar los cuidados hacia su persona, ya que hasta el más débil catarro podría matarlo.
El destino siempre está dispuesto a torcer los planes que nos atrevemos a hacer, no hubo la suficiente compatibilidad genética, por lo cual quedábamos descartados como posibles donantes, la alternativa siguiente era seguir con el tratamiento y esperar que en un banco de células madre hubiese un cordón umbilical compatible con sus genes, para que dichas células empezaran a generar una nueva médula ósea, por supuesto sin ninguna garantía de que el proceso resultara exitoso, solo restaba esperar y por qué no, rezar para que el milagro tan esperado por fin hiciese acto de presencia.

Hay un punto en el que el cuerpo se rompe antes que la voluntad, ese momento llegó para Kristian 10 meses después con su segunda recaída, la radiación y la quimioterapia no habían sido suficientes para hacerle frente a la enfermedad, en un intento desesperado lo cambiamos de hospital pensando que tal vez sería mejor la atención, no fue así, en esta ocasión el veredicto fue devastador, estaba desahuciado y solo podían darle quimioterapia paliativa para ayudarlo a "bien morir" palabras literales del director de hematología del Centro Médico Siglo XXI
El carácter de Kristian tuvo un cambio brutal, al menos para mí, recuerdo una noche en la que regresábamos a su casa después de una transfusión de sangre que la habían hecho, era la primera vez en mucho tiempo que solo su mamá, él y yo estábamos a solas en el coche, veía los coches pasar, los rostros de la gente al caminar, el avanzar de la noche en el cielo, era como si grabase cada imagen, cada momento, cada sensación en su cerebro, estaba tranquilo, irradiaba una paz que nosotros no poseíamos, estaba contento de tener a sus padres juntos y sin pelear aunque solo fuese por unos instantes.

Kristian falleció el 13 de abril del 2009 poco después de las 6:00 am de un paro respiratorio en una clínica cercana a su casa, después de tener 4 días de absurdo e injusto sufrimiento, 15 días antes de cumplir 6 años, en alguna ocasión le había dicho a sus abuelos que no quería ser grande para no enfrentarse a los problemas, peleas y preocupaciones de los adultos, había dicho que siempre quería tener 5 años, fiel a su palabra así lo cumplió.

No hay una aceptación total de la perdida, mucho menos resignación, es verdad que una parte de nosotros se muere junto con un ser querido, a mí se me murió la mitad de mi ser, la mitad de mi alma, la mitad de lo mejor que había en mi vida, las culpas afloran como flores en primavera, los reproches buscan destinatarios, las recriminaciones son más hirientes, los odios se engrandecen, es un estado puro de dolor, sin destilación, sin filtro. Al verlo ya preparado en la plancha de la funeraria entendí que mi fe había muerto también, si había un Dios no quería saber nada de él, solo quería que me devolviera aquello que me había arrebatado, solo pude desearle un buen viaje, y guardé la esperanza de volverlo a ver cuando llegara mi fin.
Fueron los peores tres días de mi vida, las condolencias de la gente alimentaban el dolor que en mi crecía "Dios necesitaba de un angelito" "Dios sabe por qué hace las cosas" "Los caminos de Dios son distintos y extraños" Dios Dios Dios, pero no podía esperar menos de él, si había entregado a su hijo, no tenía razón ni motivo para devolverme al mío, solo aquellos que en realidad me querían y conocían no decían nada, y me confortaban con su abrazo y su presencia.

André me salvo la vida, de no ser por él, al día de hoy no estaría aquí, él entre todos fue el que mejor entendió la muerte de su hermano, asimiló que era un hecho irrevocable y contundente, comprendió que jamás volvería a jugar con él y que no crecería a su lado, con dolor sí, pero con la brutal lógica que ya poseía a sus 4 años, esa lógica que al crecer poco a poco vamos perdiendo

Nuestro perfecto universo se redujo a dos unidades indivisibles, más unidas que nunca y arropadas con el recuerdo de Kris, porque también es muy cierto que los muertos se van cuando se les olvida, y si en algo puedo estar seguro es que llevaré a Kristian hasta el final de mis días. Los primeros meses fue difícil, porque aunque André aceptaba la muerte de su hermano, no entendía la razón de su desenlace, mucho menos aun a tan corta edad, con el tiempo y después de muchas pláticas lo comprendió, temió que en algún momento la enfermedad que nos arrebató a su hermano lo atacara, pero le explique que lo que sucedió con su hermano era un perverso juego de azar que no se repetiría con él. Lo extraña tanto como yo, y conserva la esperanza de verlo de nuevo en otro tiempo, en otro lugar, lejos de la tristeza y el dolor por su partida, por nuestra separación, sin más ausencias semanales, sin más discusiones banales por una pensión o tiempos de visita, porque ese tiempo solo será de nosotros, y estaremos juntos hasta el final de los tiempos.