jueves, 28 de julio de 2011

Soberbia

La soberbia es un virus que se esparce tan rápido (o más) que el mismísimo virus de la gripe, tiene la capacidad de aislarnos de aquellas personas que queremos, puede hacernos creer que estamos por encima de nuestros congéneres, sin duda alguna no nos permite ver y comprender que hay límites que no debemos de cruzar, aunque pensemos que tenemos el salvoconducto para andar juzgando la acciones, opiniones, decisiones y comportamiento de los demás.

La soberbia muchas veces nace de una buena acción, nace cuando nos vanagloriamos al hacer algo por los demás sin tener en cuenta que lo único que importa es la acción y no las recompensas que esta nos traiga. Puede nacer de un comentario bien intencionado y de un deseo sincero de comprender y escuchar a nuestros semejantes, este deseo se convierte en soberbia cuando no le damos valor a las opiniones de la persona a la cual tratamos en un inicio de entender y ayudar.
La soberbia surge cuando no aprendemos a quedarnos callados, cuando no cedemos ni por cansancio un poco del terreno ganado, cuando perdemos el respeto por el que está al lado de nosotros, cuando no entendemos que hay otras formas de pensar, otras medios de decir las cosas, cuando queremos ser los redentores de quien no ha pedido ser redimido, somos fariseos que no se dan cuenta de sus propias carencias.

El orgullo es el hijo bastardo de la soberbia, y este muchas veces pone en nuestra boca o dedos aquellas palabras que no queremos decir, o bien nos da el valor de decir aquellas que no tenían la suficiente fuerza para salir por sí mismas, nos hace olvidarnos de lazos afectivos, de lealtades adquiridas, hace que el insulto surja de manera fácil y sin remordimiento, sin tener en cuenta que este nuevo común denominador desbalancea la ecuación.

Ver la soberbia en los demás y sobre todo en aquellos que queremos  nos permite conocer aspectos que desconocíamos de ellos, o que simplemente no tomábamos en cuenta ya que uno piensa que jamás será tratado bajo esos términos, muchas veces nos permite darnos cuenta que nosotros también hemos actuado bajo el yugo de la soberbia, este descubrimiento nos acarrea tristeza al ver que los lazos afectivos no eran tan fuerte como creíamos, darnos cuenta de nuestra propia soberbia nos llena de vergüenza al comprender que hemos sido irracionales, hirientes, y que hemos hecho daño a aquellos que no lo merecían, sin duda la soberbia tiene misteriosas maneras de actuar.

Bienaventurados sean los soberbios, ya que de ellos será el reino de la soledad.


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